Al punto, la tierra, tras absorber la preciosa gota, la distribuyó enseguida por todas las colinas. Y entonces, de inmediato, todas las rosas de Roma florecieron, todos los pinos se alzaron un punto aún más alto, y todos los jazmines exhalaron a la vez su aroma impar.
Luego, alzó de nuevo el vuelo, y reconociéndolos, bajó los estanques que ornaban, junto al Foro, la Casa de las Vestales. Allí se posó en el bajo pretil de ladrillo. Sobre él reconocía a alguna, cuando una de las pequeñas carpas que habitan la fuente, asomó la cabeza y le habló:
-Hola, hemos escuchado tu conversación con Rea, Nosotras fuimos las Vestales fieles. Ahora somos pececillos, pequeñas carpas de colores en la casa donde tantos años habitamos y servimos...donde tanto soñamos.
-Yo supe dejar en el sueño a los sueños....-contestó la mariposa blanca.
-En el fondo, todas os envidiábamos a las que os atrevisteis a salir a la vida, y dejar el sueño.
-La vida...-musitó la mariposa blanca-...diez años aprendiendo a ser Vestales...
-Diez años siendo Vestales- continuó diciendo pececillo..
-Y otros diez años enseñando a las vestales nuevas-acabó diciendo la mariposa blanca.
Callaron ambas luego, y, al cabo, el pececillo rojo le dijo: -Nosotras sabemos quién puede llevarte a ver a tu amado en el Hades.
-¡¿Quién?! -preguntó con ansiedad la mariposa blanca.
-Tú también lo sabes. ¿Ya no recuerdas la historia de Orfeo y Eurídice?
Todo un mundo maravilloso de cuentos y canciones, de lecturas, en la voz de su Aya-Vestal, cuando era niña, alzóse de pronto en la memoria de la mariposa blanca. Sí, Orfeo, el que bajó a los Infiernos tocando su lira; y vio a Eurídice, su gran amor.........
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